Retazos del 36
Retazos
del 36
Hacía diez
horas que había salido de casa y todavía no había regresado. Tampoco es que
fuera extraño en Rafael, ya que con motivación o a regañadientes según el día,
solía poner pasión a muchas de sus obligaciones heredadas, aunque normalmente
intentaba avisar si preveía una jornada larga por delante. Ya fuera lunes o
domingo se levantaba cada día con los primeros albores del alba, y tras su
habitual primer bocado consistente en cuatro dientes de ajo restregados en hogaza
de pan, marchaba hacia las eras. El campo era un trabajo duro, de gran
resistencia física y muy agotador. Sus ojos nunca habían visto otra cosa que no
fuera aquellos extensos terrenos cultivados rodeados de verdes y frondosos
montes que los custodiaban y protegían. Esa era su vida. Su padre Isidro pudo
enseñarle a tiempo todo lo necesario para comprender y querer aquellas tierras,
donde prácticamente aprendió antes a sembrar que a hablar, y recordar aquella
vieja anécdota que solía repetir orgulloso de su hijo entre los vecinos del
pueblo, le enternecía.
Cuando
Rafael llegó a la masía no encontró a nadie dentro, sintiendo un presentimiento
extraño al no oír respuesta a su saludo. La puerta principal estaba abierta de
par en par, cosa que a priori no le sorprendió ya que era habitual en el pueblo,
donde todos se conocían, dicha extravagante rareza a excepción del invierno por
el frio. Nada más entrar en el recibidor, se topó con una silla volcada en el suelo
entre trozos de porcelana rota procedentes de la figura que presidía la sala de
la Virgen de los Llanos, patrona de la ciudad de Albacete. Continuó
adentrándose para averiguar qué estaba ocurriendo, gritando preocupado el
nombre de su madre Antonia sin oír respuesta. En el comedor, lo que fuera la
comida de unas horas atrás, continuaba sobre la mesa; dos platos ubicados uno
enfrente del otro como de costumbre, junto a un puchero, un cuarto de queso y
una hogaza de pan, donde un plato estaba servido y a medio acabar, como si quien
estuviera comiendo de repente se hubiera tenido que levantar con prisas sin posibilidad
de recoger. Rafael se estaba preocupando. ¿Y si le había pasado algo a su
madre? ¿Y si se hubiera encontrado indispuesta, y al no estar su hijo en casa,
se hubiera bajado sola al pueblo? Antonia nunca hubiera cometido semejante
temeridad, aunque a sus 64 años aún se sintiera con fuerzas.
La masía
estaba a dos kilómetros del pueblo, demasiado recorrido para hacerlo sola su
madre, quien sufría de grandes dolores en las piernas por problemas
circulatorios, precisando de ayuda para moverse con seguridad. Sin dar más
vueltas, emprendió la marcha por el camino de tierra que ya entrando al pueblo
lucía empedrado. Era primavera, y los últimos rayos de sol continuaban
alumbrando.
A escasos
metros donde la pista cambiaba de pavimento, Paco Solís, oriundo de Jarafuel
desde su nacimiento 72 años atrás, subía apresurado con el rostro exhausto,
cayéndosele el sombrero sin inmutarse al toparse con quien buscaba.
-Rafael,
Rafael!
-¡Señor
Solís! ¿A qué viene esa prisa? ¿Ha visto usted a mi madre?
-Por esa
razón venía a buscarte a la masía. ¡Tu madre está retenida delante de la
Iglesia de Santa Catalina!
-Qué cosas
se le ocurren… ¿Cómo va a estar mi madre retenida en ningún sitio?
-¡Que sí! Han
venido unos anarquistas desde Alicante... -Su respiración se entrecortaba
constantemente, dando la sensación que pudiera sufrir un ataque al corazón en
cualquier instante. -Tienen la misión de informar a todos los pueblos de la
comarca de Ayora sobre las últimas novedades políticas de España… Dicen que el
fascismo está creciendo muy rápido.
-¿Y qué
tiene que ver esto con mi madre, Paco? – Impacientado y cada vez más nervioso,
los formalismos no entraban en sus prioridades.
-Tienes
razón, perdona… -Su respiración no recuperaba la normalidad, brotando rollizas
gotas de sudor desde su frente hacia las mejillas. -Su plan tras pasar por aquí
era dirigirse hacia Teresa de Cofrentes acortando por la senda que discurre
paralela a vuestra masía.
-Sigo sin
entenderte Paco… ¡Por favor, céntrese! ¿Qué ha ocurrido?
-Entraron
en la casa por la puerta de atrás sin mediar palabra ni pedir permiso, y
cogieron lo que les apeteció tras encontrar la despensa…creo que varias
longanizas y un chorizo, no estoy seguro. Tu madre los descubrió sobresaltada
por los ruidos que estaban haciendo y la emprendió con ellos. Sin embargo, sin
inmutarse argumentaron que todo alimento que procede del campo es del pueblo, y
que su misión informativa les daba derecho a tomar prestado lo que quisieran. Por
supuesto Antonia no se creyó ni una palabra y salió al patio a toda prisa
gritando que la estaban robando. Los cabezudos de ellos se pusieron nerviosos y
la bajaron contra su voluntad hasta la plaza acusándola de amiga del fascismo.
-¡No tiene
ningún sentido! – Rafael sabía del carácter de su madre, pero la historia era
tan surrealista que no llegaba a aceptarla. Una ira en forma de sudores fríos
le recorrió todo el cuerpo. -¿Dónde están ahora Paco?
-Esperando
al alcalde en el soportal de la iglesia.
-Van a
necesitar una mejor justificación para no tener que encerrar esta noche en el
calabozo a dos personas en vez de a una.
Atajó presuroso
y ágil por las callejuelas del pueblo lo más rápido que pudo. Al llegar, decenas
de rostros conocidos se amontonaban alrededor del pórtico de la iglesia
contemplando el suceso, sin contar las almas curiosas que observaban
vulgarmente desde las ventanas adyacentes. Adentrándose entre la multitud reconoció
rápidamente a Marçel, amigo suyo de una quinta menos, enfrascado en una acalorada
conversación con los aludidos bárbaros, resultando ser tres chavales de no más
de quince años desvirtuando a su voluntad los cimientos del anarquismo, quienes
tras el revuelo ocasionado esperaban a la autoridad con el fin de esclarecer que
simplemente seguían órdenes.
Rafael
Sanz Tamarit,
Octubre
2020.
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