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El secreto de Ibonciecho

  Cuenta la leyenda, que tras cientos de batallas y miles de lágrimas, que tras centenares de victorias y millares de lamentos, fue a retirarse a uno de los rincones más recónditos de la tierra, pero a la vez más preciosos y bellos del planeta. Durante su extensa odisea, en lo que sin duda su vida se convirtió, viajó por lugares extraños repletos de misterios, colmados de aventuras, rebosantes de riesgos y henchidos de magia. Divisó mares interminables, navegó océanos profundos, cruzó desiertos asfixiantes y escaló montañas vertiginosas. A cada paso que daba, a su alrededor crecían verdes y frondosos los campos de cultivos baldíos. A cada zancada, brotaban de nuevo los arroyos y regatos agostados. El mero soplido de su aliento, reavivaba a cualquier animal famélico, y el resuello de un suspiro prolongado, aplacaba males y dolores desvaídos. Durante años, decenios, siglos, recorrió sin rumbo fijo miles y millones de kilómetros. Conoció culturas variopintas, aprendió lenguas caprichosa

Retazos del 36

  Retazos del 36 Hacía diez horas que había salido de casa y todavía no había regresado. Tampoco es que fuera extraño en Rafael, ya que con motivación o a regañadientes según el día, solía poner pasión a muchas de sus obligaciones heredadas, aunque normalmente intentaba avisar si preveía una jornada larga por delante. Ya fuera lunes o domingo se levantaba cada día con los primeros albores del alba, y tras su habitual primer bocado consistente en cuatro dientes de ajo restregados en hogaza de pan, marchaba hacia las eras. El campo era un trabajo duro, de gran resistencia física y muy agotador. Sus ojos nunca habían visto otra cosa que no fuera aquellos extensos terrenos cultivados rodeados de verdes y frondosos montes que los custodiaban y protegían. Esa era su vida. Su padre Isidro pudo enseñarle a tiempo todo lo necesario para comprender y querer aquellas tierras, donde prácticamente aprendió antes a sembrar que a hablar, y recordar aquella vieja anécdota que solía repetir orgulloso

Surcos de mar y esperanza

  Surcos de mar y esperanza   Incapaz de distinguir entre sueño o recuerdo, me ha vuelto a suceder. Un agua cristalina de azul turquesa brillante y noble aviva mis instintos, mientras modestas sombras tenues de nubes, a cientos de metros sobre mí, quiebran un horizonte infinito sin tierra a la vista, cerniendo sus destellos intensos de luz sobre las humildes olas que rompen delicadamente contra la amura de estribor provocando un baile transversal, rítmico y sobrecogedor. Es ahí cuando despierto, o simplemente deduzco, que lo que durante tantas semanas imaginé y anhelé, al final se convirtió en realidad. Nadie podría haber imaginado lo que nos esperaba tras un marzo de 2020, que sin duda marcaría nuestros siguientes meses. El causante de tal eventualidad, nombrado en abundancia, evolucionaba como si de un vals se tratara, pausado pero constante, irradiando sus notas entre movimientos sombríos de danza que por momentos distorsionaba proyectos y quimeras. Indeseado al principio, de